Alfonso

Alfonso

Por Paola Patricia Sandoval Palacios

“Me enseñaste a encender la bondad, como el fuego”

Hace nueve años, el ensordecedor ruido de las bombas, los fusiles y el odio acabó con la vida de, quizás, uno de los hombres más brillantes que anduvo las montañas, selvas, ríos y llanuras de este país; un hombre que entregó hasta su vida por el sueño de dignificar la vida, por la Colombia feliz, la paz y del socialismo.

Hablar de Alfonso Cano es hablar de un amor entrañable por la gente, por las FARC-EP y de una admirable disciplina; hablar de Alfonso es hablar del Movimiento Bolivariano y del Partido Comunista Clandestino; es hablar de organización, proyectos y sueños de la Nueva Colombia; pero, sobre todas las cosas, hablar del camarada Alfonso es hablar de humanidad, de cariño y de la certeza de que siempre podemos ser mejores.

La primera vez que intenté acercarme a estudiar a Alfonso sentía el miedo y la incertidumbre de no saber si podría encontrar ayuda. Temía que la tristeza de su pérdida fuera tan grande que nadie quisiera hablar de él. Sin embargo, y contario a lo que seguramente esperaban quienes lo mataron, la gente de Alfonso aprendió que la tristeza nunca debe ir unida a nuestro nombre.

Encontré la disposición de todos para hacer memoria, para tratar de traer a la vida, a partir de sus textos, audios y videos, un pedacito del hombre que fue, para mostrar que amor con amor se paga y que Alfonso sigue andando las montañas, las ciudades, los ríos y las selvas colombianas.

Desde la primera vez que hablé con quienes lo conocieron, quienes lo acompañaron y quienes estuvieron dispuestos a entregar su vida junto a él, me di cuenta de que el gobierno colombiano y el ejército habían fracasado, porque personas como él nunca mueren.

A Alfonso le hicieron una cacería, lo siguieron, lo aislaron; al final le dispararon de forma cobarde, demostrando que para ellos la vida no vale nada; y, sin embargo, nueve años después, Alfonso no ha muerto. Cada persona que entrevisté, cada puerta que toqué para hacer mi investigación fue recibida con los brazos abiertos, con una sonrisa y con Alfonso en su corazón y en su cotidianidad.

Hablar con quienes trabajaron, vivieron y lucharon con él es un reflejo constante de amor, de un amor que no se parece nada al personalismo ni al fanatismo, es un amor que nació y que se fortalece cada vez que recuerdan su existencia y sus acciones. Alfonso no fue solo el comandante: fue el que celebraba los cumpleaños de cada miembro de su unidad; fue el de los tintos compartidos; la revisión de las raciones, cerciorándose de que fueran iguales; las clases de alfabetización que se sentó a dar; las risas, los regaños, las miradas escudriñadoras. Alfonso fue trabajo y lucha para la gente, para cada uno de los militantes de las organizaciones que dirigió, para la vida.

El 4 de noviembre asesinaron a Alfonso porque no le perdonaron la dignidad que cargaba en cada palabra, cada iniciativa, cada orientación y cada acción que dirigió. No le perdonaron el amor por el pueblo con el que vino al mundo. No le perdonaron soñar con una Nueva Colombia porque, en medio de un país que se desangra entre el odio y la muerte, el camarada es una antorcha de luz infinita que nunca han logrado apagar.

Hablar de Alfonso es hablar de coherencia, de camaradería, de disciplina, de sueños que aún siguen vigentes y de un profundo amor por lo que se hace, por las personas con las que se comparte la lucha. Alfonso sigue vivo en cada iniciativa por la Nueva Colombia, en la defensa de la vida y la paz.



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