[vc_row css_animation=”” row_type=”row” use_row_as_full_screen_section=”no” type=”full_width” angled_section=”no” text_align=”left” background_image_as_pattern=”without_pattern”][vc_column][vc_column_text]
Por Mónica Delgado
En una casa de militantes que se niegan a vestir pinos, porque no son nativos de Nuestra América, y no gustan de dar regalos para no fomentar el consumo de las clases populares explotadas, nació una niña que lleva nombre de libertadora. Desde que ella llegó con su miradita de yo si fui y qué, en esa casita binacional, se celebra la navidad con un árbol bien sea de mango, plátano, mamón; este año fue un hongo.
Y los regalos, si de vaina se dan, deben ser hechos con las propias manos, porque la magia, no está en el billete, sino en el trabajo; el objetivo es compartir con todos los amigos y amigas que de otros países se encuentran en Venezuela, lejos de sus familias y que aquí han estudiado y construido su hogar. Bueno si, y también celebrar la vida de un hijo palestino de la pacha mama, que predicó la igualdad, el amor y solidaridad.
Ya en el barrio conocen más o menos la dinámica de esta familia, luego de que un día le preguntaron a la niña con nombre de libertadora, qué le trajo el niño Jesús a lo que respondió, y ese quién es, yo no lo conozco. Desde entonces, el Consejo Comunal le entrega personalmente su regalo, porque ella si sabe quién es quién, al igual que un amigo suyo personal, muy peludo y orejón, que no le deja monedas sino cartas cuando muda dientes.
Incursionando en la tradición de las hallacas, la niña ha pedido que este año se preparen en la casa, porque, así se siente todo más feliz; y, ha pedido a sus padres, que no se salten el regalo de este año, porque a los niños y niñas les gustan las sorpresas; ser queridos y queridas, jugar y compartir. A continuación va lo que podría ser un regalo de navidad para una niña venezolana y que conste que está hecho con las manos.
A una niña venezolana
Eran muchas, pero, muchas mujeres que caminaban por caminos de mula, tirando semillas a su paso sin mirar atrás. No corrían, iban tranquilitas, mirando de reojo al tigre. Cargando corotos unas, y esperanzas otras, todas saltaban la raya y el punto como quien juega a la rayuela. Cuando llegaron, secaron el sudor de sus frentes y escucharon los himnos y canciones sobre otras que, como ellas, habían regado también semillas; pero, en estas tierras sí amaban las plantas y sus frutos, por lo que decidieron quedarse.
De la sombra generosa de un árbol grandote donde se resguardó la caminante, nació la niña venezolana; con los ojos torcidos por el ajetreo del parto y con cara de yo si fui y qué; recién salida, emanaba el aroma particular de las raíces en la tierra húmeda, purito olor al barro originario; sus ojos de asombro y curiosidad delataban sus ganas de zamparse todas las manzanas del paraíso.
Escuchó ávida las aventuras de héroes y heroínas con las faldas bien puestas; aplaudió emocionada cuando oyó por primera vez la primera canción favorita: Patria Querida, en voz del Tata. Con los pies descalzos en la tierra de sus padres, sintió el mismo solecito, la misma luna, el mismo padre, las mismas madres.
Negra Flora, la niña con nombre de libertadora, tiene patria y es muy grande. Aunque se sacude, de cuando en cuando, como torbellino en pequeñas furias, su alma es serena pues se sabe amada, y ella, como casi siempre, tiene toda la razón.
Tomado de: http://ciudadccs.info/2021/12/27/sentido-comun-la-nina-venezolana/
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]