Algunas reflexiones sobre El Código de las Familias, recién aprobado en Cuba. Desde su anteproyecto fue centro de noticias falsas, polarizaciones intensas y muchísimas militancias.
Fue domingo, 25 de septiembre, el día de la votación por el Código de las Familias, pero se siente como si perteneciera a otra época muy pasada. Aquel domingo, el consultorio de al lado, el de las vacunaciones, el de barrio, se volvió el espacio ideal para que la comunidad se reuniera a votar a favor o en contra del tema que más había dividido la opinión en el último año.
En Cuba, los niños, vestidos de uniforme escolar, participan de forma activa en las votaciones. El clásico, votó, que dije algún día iba despidiendo a quienes ya habían marcado con una X. En cambio, un niño (vestido de shorts y camiseta) nos recibió antes que todos con una invitación a votar que no. Y comento en primera instancia esta anécdota porque las infancias fueron uno de los temas más manipulados en torno al Código.
Se dijo que —de aprobarse El Código— las niñas y los niños serían del Estado y no de las familias; que perderían la patria potestad y el control sobre sus hijes; hubo bulos, mitos y oposición férrea a los temas de Educación Sexual Integral; se destaparon panfletos donde se dijo hasta que si el regreso de Elián a Cuba hubiera sido imposible bajo este Código.
Hubo miedo, conservadurismo y muchas noticias falsas sobre conceptos como la responsabilidad parental y la autonomía progresiva. También hubo homofobia y oposición al derecho de las parejas del mismo sexo a casarse, adoptar y acceder a la reproducción asistida…
Pero por fortuna, también se articularon instituciones y colectivos a favor. Existió una Yolanda González Ferrer, quien explicó con paciencia los conceptos novedosos; existió un Centro Martin Luther King, que articuló esfuerzos; los colectivos Ahora Sí, enfocado sobre todo en la comunidad LGBTIQ+, y El Código Sí Suena que desde las redes tejió un audiolibro para quienes no tenían tiempo para leer e historias, muchas historias sobre las personas y familias que resultarían beneficiadas de aprobarse; existió una Revista Muchachas y Mujeres que, al igual que la Revista Alma Mater y la Casa del Alba Cultural, realizaron talleres para dialogar con las comunidades; existió en la televisión un programa Familias, para esclarecer dudas. Columnas como Letras de Género (Cubadebate) e historietas (El Caimán Barbudo) y termino de enumerar, consciente de que fueron muchas más las articulaciones y acciones realizadas en otras provincias —Matanzas, por ejemplo—.
Desde 2021, el colectivo Cimarronas, que apenas llevaba un mes de fundado, comenzó a abordar el tema como una prioridad. Se hizo a través de dos caminos fundamentales: acciones en espacios públicos (pintadas sobre El Código) y materiales en las redes sociales, donde se compartieron infografías, carteles, historias de vida y se reconoció a su vez el esfuerzo de otros colectivos, como una forma de sabernos acompañadas en una lucha que se presentaba intensa, porque iba justo a las subjetividades. Los diseños estuvieron a cargo de la escritora y diseñadora, Claudia Alejandra Damiani y todas, en mayor o menor medida, escribimos y gestionamos colaboraciones. Fue un año de especial aprendizaje, porque implicaba estudiar varias veces: del anteproyecto a la versión final y aprobada.
La otra anécdota importante fue cuando un familiar cercano me acusó de apoyar El Código solo porque pertenecía a un medio de comunicación estatal. Y esta fue dura, en especial, porque significaba negar la importancia de un Código que por primera vez representaba a todas y todos.
A las mujeres, a las madres, a la comunidad LGBTIQ+, a los padres y a las madres, en su justa diversidad de maternidades y paternidades, a las abuelas y los abuelos, a las infancias y sus derechos a crecer y ser educados sin violencias, a las mascotas, a las cuidadoras, a las y los adultos mayores, a las parentalidades múltiples, a los padrastros y madrastras. Un Código que elimina por completo el matrimonio infantil, que reconoce el derecho de las mujeres al descanso y a que en la familia se compartan las responsabilidades de cuidado y reproducción de la vida.
El domingo salí más bien tarde. Ya había cientos de post en las redes compartiendo su voto. En mi burbuja todo se vistió de alegría y signo positivo. Al llegar el momento, marqué que sí, con una X medio mareada del nerviosismo y luego seguí los reportes donde se daba como ganador al Sí en muchísimos colegios electorales. Apenas escuché noticias aisladas de Holguín (mi provincia de origen), donde había prevalecido el no. Todavía no teníamos datos oficiales, pero la alegría se iba apoderando de quienes destinaron tantas luchas y esfuerzos. Al día siguiente, lunes 26, celebré esa victoria todavía en estado de shock.
El Código de las Familias, apodado como de los afectos, es un paso crucial, sí, pero hacerlo valer —como ha ocurrido en bodas de parejas homo-afectivas o en el hecho de que una niña tenga el apellido de su madre como primero, entre otros cambios— es imprescindible. Que llegue y proteja a todas las familias depende también de que la sociedad se continúe educando y siga desaprendiendo estereotipos.
Una compañera feminista, Lirians Gordillo, mandó la tarde del 26 de septiembre, un mensajito hermoso donde agradecía a quienes lucharon e hicieron militancia a favor de El Código, pero también a quienes habían votado no, porque gracias a ello podíamos conocer más el país que habitamos y podíamos militar mejor. En esos números: a favor, en contra y abstención se encuentran mucha información que debemos aprender a mirar bien de cerca, para seguir trabajando e impulsando el país de plena justicia y equidad social que necesitamos y nos merecemos.
*Imagen que acompaña el texto: Detalle del cartel del largometraje cubano Fresa y chocolate, (1993).[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]