En la retaguardia de la compañía de Teófilo

En la retaguardia de la compañía de Teófilo

Crónicas de tiempos duros II

Ver primera parte aquí

Por: Gabriel Ángel

-Las dificultades de coyuntura son solo obstáculos pasajeros que siempre se superarán.

Alfonso Cano.

Divulgada la noticia sobre la muerte natural del camarada Manuel Marulanda, la oligarquía colombiana, sus analistas y comentaristas, sus generales y jefes políticos, al igual que todos los que intentaban congraciarse con ella, se dedicaron a pontificar acerca del próximo fin de las FARC, haciendo coro al Presidente Uribe en su idea de que la desaparición física de nuestro fundador confirmaba el fracaso de nuestro proyecto político y militar.

El camarada Alfonso, que ya había prevenido al Secretariado Nacional acerca de la arremetida que se desataría contra nosotros, orientaba entonces con sus mensajes al conjunto de la organización:

Valga recordar que las FARC nacieron hace 44 años como una respuesta popular y revolucionaria al terror institucional y para institucional del Estado a la vergonzosa intromisión gringa en nuestros asuntos internos, al despojo de las tierras y su acrecentada concentración en unas pocas manos, a las profundas injusticias sociales existentes y a la voraz corrupción de la oligarquía, realidades todas que hoy perduran multiplicadas para desgracia de nuestro pueblo…

Persistiremos en nuestros esfuerzos por alcanzar la paz democrática por las vías civilizadas del diálogo tal como lo hemos hecho desde hace 44 años, porque es nuestra concepción revolucionaria, porque así son nuestros principios. El levantamiento armado, la guerra de guerrillas, la clandestinidad y la actividad conspirativa responden básicamente a la violencia institucional que desde la muerte del Libertador Simón Bolívar ejercen los poderosos contra las mayorías que han luchado por libertad, tierra, trabajo, justicia, democracia y soberanía…

No nos arredran las dificultades, no nos amilanan las amenazas de la oligarquía que hemos escuchado toda la vida, no creemos en los llamados a la claudicación y a la indignidad, ni en los judas que aceptan las monedas de su oponente porque sobre esa moral nunca se construirá un mejor país, ni una sociedad pujante ni una familia solidaria…

Camaradas: los caminos que conducen al incremento de la lucha popular en sus más variadas formas y a la conquista del poder nunca han sido fáciles, ni en nuestro país ni en ninguna otra parte del mundo, ni ahora ni antes. Solo la profunda convicción en la victoria, en la justeza, validez y vigencia de nuestros principios y objetivos y un monolítico esfuerzo colectivo, garantizarán el triunfo. A los reaccionarios que hacen cuentas alegres con las FARC les informamos que la intensidad de la confrontación nos ha fortalecido…

Por estos días la derecha, los traidores y los oportunistas quieren darnos consejos sobre cómo abocar la situación luego de la muerte del camarada. El periódico EL TIEMPO nos quiere dar lecciones sobre cómo debe ser hoy un revolucionario. La claridad de nuestra exposición y decisión debe persuadir a la opinión a entender que cuando se tienen convicciones firmes, una línea clara y un norte preciso, las dificultades de coyuntura son solo obstáculos pasajeros que siempre se superarán. La única propuesta fracasada es la que pretende perpetuar al actual estado colombiano, incapaz históricamente de construir justicia social, democracia y soberanía.

Todas estas sabias reflexiones las hacía al tiempo que daba cuenta que el Ejército empezaba a tender un impresionante cerco contra el área en la que se hallaba. Los operativos comenzaban a incrementarse en los dos costados de la Cordillera Central. En Belalcázar, Planadas, Herrera, Río Blanco, Chaparral, Florida, Pradera, Miranda, Corinto, Jambaló y Toribío no había un lugar en el que cupiera otro soldado más. Sin embargo, en medio de tan grande despliegue, el camarada Pablo Catatumbo, recién incorporado en calidad de miembro principal al Secretariado Nacional, llegó a su campamento para hacerle compañía.

Su presencia alegró enormemente al camarada Alfonso. Aparte de su vieja militancia en las FARC, lo conocía desde hacía 40 años, de los tiempos en que siendo dos muchachos integraron una delegación de la Juventud Comunista a Moscú, para participar en un curso político en la escuela del Komsomol. Pasaban horas hablando y riendo, rememorando anécdotas de su vida pasada. A partir de su amistad e identidad política, fueron muchas las ideas que emergieron para la conducción acertada de nuestra organización.

Por esos días el camarada Alfonso se apoyaba en la compañía móvil de Teófilo para conseguir los abastecimientos y algunas otras cosas menores. Había un sistema de escalonamiento para hacer llegar las cosas hasta su unidad, de manera que nadie pudiera conocer su destino final. Pero ello no excluía que esa compañía fuera objeto de permanente acoso y persecución por parte del Ejército, lo cual la fue obligando a convertirse simultáneamente en una unidad de combate que hacía frente constantemente a las incursiones en masa de la tropa.

El eco de los combates se escuchaba diariamente entre la espesa capa de monte. Conmovía ver las despedidas de los muchachos que salían a cumplir misiones de exploración entre la jungla. Algunos casi las convertían en rituales de adiós definitivo, así regresaran más tarde con una amplia sonrisa en los labios. El choque con el Ejército era seguro y lo que importaba realmente era detectar su presencia o ubicación antes que los soldados profesionales lo hicieran con ellos. En el primer caso el éxito estaba asegurado, en el segundo se corría el grave riesgo de que al menos alguno de aquellos valientes muchachos no lograra salir con vida. La tropa es implacable, disfruta y obtiene recompensas por matar. Cuando un descuido de la guerrilla la expone a su fuego, sale a relucir el grado de salvajismo con el que ha sido entrenada.

La compañía del camarada Alfonso, la Hernando González Acosta, seguía desde la retaguardia, con cuidadoso interés, los pormenores de la dura confrontación que se libraba no muy lejos de ella. Encaramados en las copas de los árboles más altos, los observadores daban cuenta de los bombardeos. En muchas ocasiones llegaba hasta allí el hálito oloroso a muerte de las nubes producidas por las bombas al estrellarse contra el suelo. Lo que hasta un segundo antes era paisaje de selva daba paso a un gran quemado, un agujero entre la espesura de la madre tierra, como si se tratara de la piel de un cuerpo alcanzado por un proyectil. Con el tiempo la zona se fue llenando de quemados aquí y allá, tomando la apariencia de una acuarela de cráteres.

Poco a poco el Ejército ocupaba posiciones en la cordillera que separa Gaitania del páramo, las cuales se empeñaba en no abandonar, al precio de tener que fortalecerlas en número y poder de fuego. Al contar con permanente apoyo aéreo, las patrullas incursionaban en la montaña con creciente frecuencia, lo cual no dejaba a la guerrilla alternativa distinta que el empleo de las minas antipersona, único y eficaz medio de detener el avance de una fuerza regular en situaciones como esa. La frenética obsesión de la tropa por avanzar en esas condiciones terminaba con varios de sus integrantes heridos gravemente en las piernas, de tal manera que los helicópteros de apoyo y sanidad llegaban repetidamente a trasladarlos a hospitales en la ciudad. La presión sicológica que sobre una tropa arrogante genera este sistema de defensa suele llevarla hasta la desmoralización, razón por la cual el poder promueve masivas campañas contra su uso, hasta el punto de posicionarlas en personas y entidades que las toman como propias, en especial en aquellas que se proclaman defensoras de derechos humanos desde cómodas oficinas, sin reparar que la proscripción de este pequeño implemento significa la muerte segura de los combatientes revolucionarios, atacados por tierra por una fuerza muy superior y por aire por aviones cazas que descargan sobre ellos bombas hasta de 500 kilos, con diez mil veces más poder destructivo que las armas artesanales construidas con sus manos por los guerrilleros. Tras los bombardeos, muchos de ellos efectuados por cañones desde kilómetros de distancia, los rebeldes sobrevivientes se ven obligados a ver por la salud de los heridos, con sus escasos recursos en la montaña, y a retirarse del lugar abandonando los cuerpos sin vida de sus hermanos de lucha. Ni uno solo de los defensores de los derechos humanos levanta su voz en contra del Estado y sus prácticas. Incluso en eso se percibe la asimetría de esta confrontación.

Un buen día el Ejército se retiró de la zona dejando tras de sí una calma generosa. Pero unas semanas después, una mañana de agosto del 2008, dos muchachos salieron de la unidad de Teófilo a cumplir una tarea. Y mientras uno de ellos se apartó del primero a fin de recoger alguna cosa de otro lugar cercano, el que permaneció a su espera, al escuchar una bulla, se fue arrimando con cuidado al borde de una montaña cerrada, encontrándose de repente envuelto en una cerrada balacera. Una patrulla del Ejército, en la completa clandestinidad, se había ido aproximando al campamento de Teófilo quizás desde cuantos días atrás, con el propósito de asaltarlo por sorpresa. La actitud vigilante del muchacho la obligó a revelar su presencia haciendo fuego contra él, sin haberle acertado, por fortuna. Al escuchar los disparos, integrantes de la compañía de Teófilo y de la guardia del camarada Pablo corrieron a toda prisa a combatir al enemigo descubierto. El enfrentamiento se prolongó durante todo el día. En la noche, la tropa aprovechó las sombras para retroceder y salir del área. Lo único que quedó de ella fueron los abundantes rastros de sangre de los heridos o muertos que sacaron consigo.

A partir de entonces, transcurrieron casi dos años en los que el Ejército abandonó por completo sus incursiones en contra de esa compañía. La González Acosta estuvo asentada en distintos lugares durante aquel tiempo de tranquilidad.

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