La papa y el libre comercio

La papa y el libre comercio

Por: Renán Vega.

“La papa nos la venden naciones varias, cuando del sur de Chile es originaria”. Violeta Parra, Al centro de la injusticia.

Las escenas son escalofriantes, aunque a muy pocos preocupen: en la carretera que comunica a Bogotá con Tunja y con otros lugares de Boyacá, a la vera del camino, cientos de campesinos con bultos de papa junto a ellos las ofrecen a un precio irrisorio (un bulto a 7000 pesos) o las regalan, que es casi lo mismo. Al momento viene la demagogia politiquera y mediática de quienes, como aves de rapiña, viven del dolor ajeno, para decir que con papatones se va a solucionar el problema que afrontan los cultivadores de papa en el departamento de Boyacá y en las regiones donde todavía se cultiva el bendito tubérculo, que transformó al mundo desde hace cinco siglos, pero que, con el libre comercio, en Colombia está a punto de ser erradicado de nuestro suelo, con lo que supone esa perdida en términos económicos, sociales, ambientales, nutricionales y culturales. No es poca cosa, porque estaríamos asistiendo al fin de un milenario cultivo y a quienes lo siembran en nuestro suelo.

La papa no es la excepción sino la regla de lo que pasa con la producción agrícola en Colombia, y para explicarlo no se requiere mucha ciencia, puesto que ese es el resultado directo y predecible de la epidemia de tratados de libre comercio, que se firmaron con Estados Unidos y los países dominantes en el comercio mundial.

La papa salvó a Europa del hambre

La papa es un tubérculo comestible que se originó en los Andes sudamericanos, en el sur del actual Perú, hace 8000 años. Fue el alimento básico, junto con el maíz, de las civilizaciones precolombinas, las cuales cultivaban miles de variedades, adaptadas a diversos climas y altitudes, incluyendo una que se siembra a 4.300 metros de altura.

 A raíz de la conquista de América, los españoles llevaron la papa en 1554 a la península ibérica, en 1567 se sembró en las Islas Canarias. Para no ofender a los Papas católicos, los españoles la empezaron a denominar patata.

Pronto se expandió por el continente europeo y se convirtió en un alimento de la población más pobre (que era la mayoría) de Italia, Rusia, Prusia, Polonia e Irlanda. En Europa era despreciada por la nobleza que la consideraba un producto ruin (por prevenir de una raíz) no recomendable como alimento para seres humanos. No obstante, se consolidó en el siglo XVII en el momento en que la guerra de los Treinta Años arrasaba con Europa, para mitigar la hambruna, y hasta los ejércitos se abastecían del vital tubérculo.

Fue tal la importancia que la papa adquirió en la dieta cotidiana de la población que se convirtió en el producto principal del que dependía la subsistencia, como se demostró durante la gran hambruna de Irlanda (1844-1852), cuando una plaga, el tizón, aniquiló las cosechas y produjo la muerte de por lo menos un millón de campesinos y la migración masiva de gran parte de la población de ese país hacia otros lugares de Europa y los Estados Unidos.

En la actualidad la papa se cultiva en todo el planeta, siendo sus primeros productores países de la Unión Europea, donde se genera el 50% de las exportaciones mundiales. Los europeos se han valido de los tratados de libre comercio para imponerle sus condiciones a los países periféricos, como Colombia, cuyo Estado y clases dominantes se han limitado a cumplir las disposiciones que benefician a los europeos y perjudican a los productores nacionales. Esto implica que la papa que salvó a Europa del hambre desde el siglo XVIII, ahora es usada por los europeos para hambrearnos a nosotros, mediante la destrucción acelerada de los productores nacionales de papa.

Libre comercio: el zorro y las gallinas en el mismo corral

Europa tiene una política agresiva en el comercio de la papa que se basa en los altos subsidios que reciben sus productores lo que permite venderla a bajo precio, por ahora, en el mercado mundial, con lo cual se liquida a los competidores locales. Contra esta política del libre comercio no pueden resistir los pequeños productores, que ven como Colombia, un país productor y auto abastecedor de papa, la importa de Europa, mientras los excedentes se acumulan en los predios campesinos. Esto supone que por cada kilo que se importa, se dejan de demandar dos kilos y medio de los productores nacionales. El principal vendedor es Bélgica, el primer productor y exportador de papa fresca y congelada del mundo, que tiene un millón de toneladas listas para exportar.  Esa papa es de muy mala calidad, no es fresca, se encuentra congelada, es insípida, parece caucho, es pequeña y ni siquiera la aceptan los otros países de la Unión Europea y por eso se envía a países como Colombia, donde se producen muchas variedades de papa, fresca, de buen sabor y bastante nutritiva.

Recordemos que en Colombia, un país campesino por excelencia durante varios siglos, la papa ha sido un producto esencial, que se cultiva en 283 municipios de diez departamentos, por parte de cien mil cultivadores. En Boyacá la papa se cultiva en 86 de sus 123 municipios, donde existen 50 mil familias cultivadoras que generan un millón de toneladas al año, en minifundios de entre media hectárea y tres hectáreas, que ocupan en total 50 mil hectáreas. Colombia produce al año 2.7 millones de toneladas de papa y abastece al mercado nacional.

Lo que hoy sucede con la papa es una muestra representativa del impacto destructivo de libre comercio, que no es ni libre ni comercio, sino que es como el zorro libre entre gallinas libres. Sí, el zorro viene sin ataduras a los corrales de gallinas, a nuestros países, y entra sin ninguna restricción, mientras que las gallinas jamás pueden ingresar a las madrigueras de los zorros, siempre protegidas y resguardadas con miles de alambradas económicas, políticas y militares. 

Este libre comercio en la producción de papa significa que los cultivadores locales tienen que afrontar una competencia desigual con Estados Unidos y los países europeos, en términos de subsidios y precios. Para producir papas en Bélgica se cuenta con elevados subsidios que les permite que sean vendidas a bajo precio, recurriendo al mecanismo del dumping, con el fin de quebrar a los cultivadores nacionales que no tienen ningún subsidio, ni protección por parte del Estado. Eso hace que los precios de la papa nacional tengan el mismo nivel de hace veinte años y que los cultivadores reciban una cifra exigua, menor en un 50% a sus costos de producción, y diez o veinte veces inferior al precio de venta en las ciudades. Sus costos de producción, más transporte son del orden de 32 mil pesos por bulto, mientras que hoy les compran ese bulto a 8000 pesos.

Ahora bien, la coyuntura de la pandemia acentuó problemas previamente existentes, que se agravaron por la baja en la demanda, como resultado de la perdida de ingresos de la mayor parte de hogares colombianos, lo que les ha obligado a reducir el consumo e incluso el número de comidas al día, que han pasado de tres a dos. Asimismo, el cierre de restaurantes, hoteles, bares implica la reducción del consumo de papa en un 30%. Para completar, en la producción de papa ya se soportan los efectos del trastorno climático, pues el calor intenso de abril a mayo alteró el ciclo del producto y generó una cosecha inesperada para octubre y noviembre, lo que incrementó la oferta y aunque por el Covid 19 y los problemas de hambre que ha generado esa papa debería ser una bendición alimenticia. Por la reducción en el poder adquisitivo de la población no hay gente para tanta papa.

Estos fenómenos coyunturales no pueden alteran lo que se venía dando como resultado de los nefastos tratados de libre comercio con Estados Unidos y Europa, de donde provienen productos y materias primas de origen agrícola a bajo precios, lo que hace inviable a la agricultura colombiana, que afecta en forma directa a millones de pequeños productores, campesinos e indígenas, puesto que por costos no pueden competir con la producción subsidiada en los países centrales.

La caída de los precios de la papa de producción nacional implica pérdidas que hacen inviable el cultivo, ya que si la producción de un kilo de papa cuesta 700 pesos, se vende a 200 0 300 pesos. Y en ese contexto, aumentó la importación de papas procedentes de Europa, cuyo volumen viene creciendo a un ritmo del 30 o 40% anual y en este 2020 van a ingresar 65 mil toneladas de papa frita congelada, que equivale a 260 toneladas de la papa producida por los campesinos colombianos.

A este ritmo es la muerte segura, física y cultural, de los cultivadores de papa, atenazados por las múltiples garras del libre comercio (entre estos sus deudas con el capital financiero local, precio de los insumos, gastos en transporte…) que favorece a los grandes productores multinacionales, que son respaldados por sus respectivos Estados en el mundo capitalista hiperdesarrollado.

Esta ruina de los paperos genera desempleo, miseria, éxodo, pobreza y ahonda la desigualdad a nivel interno en el país, todo como resultado del divino y sacrosanto libre comercio, cuya finalidad es precisamente la destrucción de los campesinos, la liquidación de la soberanía alimentaria y la dependencia permanente de la comida que se produzca en el exterior, con lo cual queda clara la sumisión por física hambre a los poderes imperialistas.

Porque, por supuesto, los Tratados de Libre Comercio dejan ganadores y perdedores y entre estos los que más pierden son los campesinos. Por ello, sería bueno preguntarse cuántos de esos humildes labriegos que salieron a vender regalada su papita a la orilla de la carretera, dejarán de ser campesinos el próximo año, con las implicaciones sociales, económicas y culturales que eso tiene en un país tan terriblemente desigual y violento como Colombia.

Publicado en Periferia (Medellin), diciembre de 2020



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