Por: Óscar Pineda
En el quinto año de conmemoración de la firma de los acuerdos de paz, es bueno hacer un balance más acá de las frías cifras y los largos análisis que con experticia técnica otros ya han elaborado.
Esta vez, es mucho lo que se puede decir. Con razones de peso y con la contundencia lógica que la realidad demuestra, podríamos empezar denunciando la negligencia en el cumplimiento por parte del gobierno de los mismos. Apuntar la total ineficacia en el impacto de la paz a nivel territorial. Podríamos apuntalar con los clavos de la inoperancia estatal, los riesgos para la vida de los firmantes del acuerdo y de defensores de DDHH, expoliados y perseguidos, con brillo de exterminio por los ya conocidos enemigos de este proceso.
Sin la menor vacilación, podríamos denunciar la simulación a ultranza del gobierno de Duque, que en los distintos escenarios internacionales (sobre todo en aquellos en que la cooperación foránea, acude con no pocos recursos) se muestra juiciosamente obediente de lo firmado, pero a nivel nacional, demuestra con escándalo soterrado un desprecio sustancial por los mismos, muy acorde con su propuesta de campaña de “hacerlos trizas”.
Sin embargo, preferimos poner con la fuerza de nuestro “verbo de voluntad” la paz, por encima de todo, pese a los intentos de desviarnos de ese camino, los firmantes de este acuerdo, en su mayoría, optamos por mostrar nuestras iniciativas productivas, nuestro genuino convencimiento de aquel que no duda de que la ruta trazada es la correcta.
Esa paz es igual a justicia social, paz con verdad como la que estamos fomentando en los territorios, bajo el enfoque inquebrantable de la reconciliación.
Preferimos tomar la mano solidaria de la cooperación internacional que junto a otras organizaciones amigas de este proceso, hacen más corto el camino, dulce “acción amorosa” que suma para la vida. Preferimos acatar la palabra empeñada, muy en contradicción de los enemigos de paz, y en esa suma de razones mostrar los rostros de los cientos de niños que muy acertadamente una voz amiga llamó “hijos de la paz”. Ahora son Patricia, Juan, Manuel, José, Simón, Jessica, Adriana, nombres que afortunadamente ya no son un “alias”, como durante el conflicto tuvimos sus padres, pues ahora esos mismos, esperamos que puedan, con el ímpetu natural de las nuevas generaciones, disfrutar de un país mejor y que de ese mismo disfrute puedan acceder con beneficio de inventario, todos los hijos del pueblo, para así superar la oscura noche que la guerra nos impuso, contrario al ya grito ensordecedor de un pronto merecer.