04 Nov Las últimas preocupaciones de Alfonso Cano
Crónicas de tiempos duros I
Por: Gabriel Ángel
Presentación
Si en el imaginario de las FARC existe un territorio legendario, es el área general de Marquetalia, en el sur del Tolima. Allí fundaron Jacobo Prías Alape, Manuel Marulanda Vélez y tres decenas más de ex guerrilleros comunistas la colonia agrícola que diez años más tarde, en el gobierno de Guillermo León Valencia, sería bombardeada y ocupada por el Ejército Nacional de Colombia.
La región sur de Gaitania, inspección perteneciente al municipio de Planadas, remontada entre las abruptas montañas que conducen al nevado del Huila, es confluencia de cuatro departamentos colombianos: Tolima, Huila, Cauca y Valle. Terrenos difíciles, selváticos y de páramo serían el escenario histórico del nacimiento de las FARC hace ya medio siglo. Y también el territorio en el que el comandante Alfonso Cano pasó sus últimos diez años de vida guerrera.
Las mentes perversas de la inteligencia militar y la gran prensa reaccionaria colombiana podrán haber concebido todo tipo de infamias, para denigrar de la imagen del dirigente político y revolucionario que el gobierno de Juan Manuel Santos logró traidoramente asesinar el 4 de noviembre de 2011 en el Cauca. Pero jamás podrán explicarse que un joven profesional de familia acomodada y brillante futuro en la capital del país lo abandonara todo para asumir una vida plagada de peligros, sacudimientos y privaciones siempre crecientes, animado por el sueño de una Colombia sin crímenes ni persecuciones políticas, digna, en desarrollo y con justicia social.
Revolucionarios como Alfonso Cano siempre serán una bofetada en el rostro para los predicadores de las maravillas de la sociedad capitalista porque les prueban que hay cosas que jamás podrán comprar con su dinero: la honestidad, la decencia, la lealtad y el decoro; porque pertenecen a la categoría de los idealistas, los quijotes, los que están dispuestos a entregar la vida por la causa de sus pueblos; porque dejan de pensar en sí mismos, en su pequeño mundo, para empeñar sus mentes en bien de los demás, de los agraviados y víctimas, de la humanidad entera y el planeta.
En las duras condiciones de la Cordillera Central, la más alta y empinada del país, las temperaturas son muy bajas. Más aún en medio de la selva. Llueve con frecuencia, la bruma cubre constantemente los espacios, se forman barrizales con facilidad, las quebradas y los ríos suelen bajar torrentosos, son difíciles de cruzar. Las marchas y desplazamientos implican, sin excepción, exigentes esfuerzos cuesta arriba y dolorosos descensos a las hondonadas. Todo lo cual se agrava en las operaciones de guerra. Aviones soltando bombas, helicópteros disparando ráfagas, tropas desembarcando, innumerables patrullas del Ejército ansiosas de cobrar sangre humana.
Vivir así raya en el heroísmo. Tanto que ni las tropas de contraguerrillas, entrenadas y preparadas sicológicamente para las condiciones más difíciles, ni las fuerzas especiales concebidas para acceder a los sitios más impenetrables soportan más de tres meses una campaña continua. Se hace necesario relevarlas ante el riesgo que envuelve la pérdida de su moral de combate. Generales, coroneles y comandantes de batallones a lo sumo se aproximan en aeronaves, a seguir desde las alturas el desarrollo de las operaciones en tierra. No soportarían una semana abajo.
Los guerrilleros, sin embargo, mujeres y hombres, muchachos o adultos, hacen de ese medio implacable su ambiente natural. Allí viven en comunidad, en una hermandad incomprensible para sus perseguidores, desde los nuevos ingresos a filas hasta los más importantes mandos de la organización. Es el estilo de vida que imprimieron a las FARC hombres como Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas, y en el que el camarada Alfonso Cano supo moverse en todo momento con destacada abnegación y moral inquebrantable.
Animado, además, por un optimismo desbordado. Quien lo haya conocido y tratado puede dar fe de que siempre se sintió feliz, plenamente satisfecho del papel que le correspondía desempeñar en la vida. Su elevado concepto de lo que representaban en el país, el continente y el mundo las posiciones ideológicas y políticas, la persistencia, los saltos adelante, la resistencia y la combatividad de las FARC-EP, constituía su mejor aliciente para aportar lo máximo de sí a la organización en cuya dirección participaba desde hacía tres décadas.
En esas peñas frías y lluviosas de las faldas del nevado del Huila, en las orillas de un río llamado Guayabo, en un campamento situado en un hueco donde casi ni entraba el sol, en marzo de 2008 tuvo conocimiento de las más grandes tragedias sufridas en serie por las FARC en su historia. La muerte del camarada Raúl Reyes y el prácticamente aniquilamiento de su unidad en Sucumbíos, el horroroso crimen de Iván Ríos en Caldas, la sorprendente e inesperada muerte del camarada Manuel. Tres miembros menos del Secretariado Nacional de las FARC-EP, incluido su jefe máximo y fundador. Una repentina y dolorosa situación ajena a cualquier cálculo o previsión.
Su mensaje a los demás integrantes del Secretariado Nacional fue significativo:
Sólo la solidez en los principios y la templanza que nos inculcaron los camaradas Manuel y Jacobo a quienes llegamos mucho después que ellos a la lucha revolucionaria, nos permitirán superar la dura prueba que hoy enfrentamos con la desaparición física de nuestro comandante, guía y conductor cuando apenas secábamos nuestras lagrimas por los camaradas Raúl e Iván Ríos. Envío mi abrazo solidario a Sandra, a toda la guerrillerada fariana, a los revolucionarios y al pueblo colombiano…
Cinco días después de la muerte del camarada Manuel, Alfonso Cano, designado por unanimidad como su sucesor, vuelve a escribirles:
Les agradezco su confianza y su generosidad. Desde mi nueva responsabilidad continuaré esforzándome al máximo, para que la propuesta revolucionaria de las FARC-EP triunfe, siempre en el espíritu que nuestros forjadores, guías y maestros Manuel y Jacobo nos inculcaron, reiterando nuestro compromiso y juramento de luchar hasta la victoria o hasta la muerte por el socialismo.
¿Quién podrá hoy argüir que Alfonso no fue fiel a su compromiso hasta el final? Así era él, así pensaba él, así debemos ser todos los revolucionarios.
En las siguientes entregas daremos a conocer episodios de la vida y el pensamiento de Alfonso Cano en sus últimos años, como un homenaje a su condición de revolucionario puro, integral, holgadamente capaz y ejemplar. Tenemos la certeza de que fueron tales condiciones las que movieron al imperialismo y la oligarquía colombiana, a arrebatarle la vida como requisito previo a un encuentro exploratorio de posibilidades de paz con las FARC. Sin él, pensaban, sería fácil rendirnos en una mesa de conversaciones. Esa lógica absurda de nuestros adversarios ha hecho imposible la paz en nuestro país. Alfonso lo tenía muy claro, y nosotros, gracias a él, también.
Continuará…