Palabras de Rodrigo Londoño a los veinte años del atentado al Club El Nogal en Bogotá

Palabras de Rodrigo Londoño a los veinte años del atentado al Club El Nogal en Bogotá

Mi sincero y emocionado saludo a todos los participantes en este acto. Hoy solo deseo hablarles con el corazón.

Veinte años después. Parece increíble que hayan transcurrido tantos años. De nuevo confirmamos que el tiempo es largo si miramos al futuro, pero inmensamente breve si se trata de volver sobre los recuerdos. Apenas en unas horas se cumplirán dos décadas del brutal estallido que arrasó con las instalaciones del Club El Nogal, que le cobró la vida a 36 personas, ocasionó heridas a otras 198, y dio lugar a graves afectaciones en viviendas y bienes de sus alrededores.

Un acto demencial que, si bien ocasionó muerte, dolor, sufrimientos de toda índole, angustia y múltiples pérdidas irreparables, hay que decir que terminó volviéndose contra sus perpetradores, señalados con justicia como los responsables de un atentado terrorista, cometido en el curso del cruento conflicto entre el Estado colombiano y las FARC.

Agobiados por la vergüenza y conscientes hoy más que nunca del horror que causamos, de la tragedia sin fin desatada contra personas inocentes y sus familias, los antiguos mandos guerrilleros sobrevivientes a la sangrienta confrontación, nos sentimos obligados, por imperativos humanos y éticos, independientes de cualquier consideración legal, no solamente a reconocer la responsabilidad directa de la organización FARC-EP en tan horrendo crimen, sino a presentarnos de nuevo, y cuantas veces lo consideren necesario ustedes, las víctimas, a darles la cara y pedirles perdón, una y mil veces, por lo ocurrido en el Club El Nogal de Bogotá, a las 8 y 11 minutos de la noche del 7 de febrero de 2003. Cualquiera fuera el argumento con el que se pretendiera explicar o justificar semejante atentado, se transformaría en cenizas ante sus terribles consecuencias.

¿Cómo reparar el indescriptible dolor que causamos? ¿Acaso una vida truncada puede reponerse de alguna manera? ¿Puede siquiera pensarse en reparar el trauma físico y sicológico que tuvieron que soportar los heridos y sus familias? ¿Existe un remedio para la zozobra largamente vivida?

¿Para los sueños y las alegrías despedazadas? ¿Para compensar las lágrimas derramadas por nuestra causa? Tenemos que reconocer que no. Amargamente, no existe.

Quizás nos sirva de algún consuelo saber que la guerra que vivimos y en medio de la cual sucedió tan atroz acción, finalmente terminó con los Acuerdos de Paz de La Habana. Si aún persisten manifestaciones de conflicto armado en nuestro país, cabe decir que pese a los hechos violentos que se derivan del mismo, y que anhelamos puedan llegar a su fin con el actual Gobierno, no pueden compararse ni de lejos, con la dimensión de lo que acontecía 20 años atrás. Posiciones irreconciliables de lado y lado nos sumían en crecientes y cada vez más aterradoras acciones de guerra. El Nogal, para desgracia de todos, podría ser emblemática.

Primero que todo, porque en sí mismo el Club no era una instalación de carácter militar. Se trataba de una entidad privada, ubicada en el corazón de la capital de Colombia. A ella concurrían sus socios, confiados en el ambiente social y familiar que la caracterizaba. Y además decenas de trabajadores, gente que se ganaba la vida prestando sus servicios personales para sostener a sus seres queridos. Jamás por sus mentes debió pasar la idea de correr un grave peligro.

No tenían por qué ser objetivos de una acción militar. Las FARC estábamos estructuradas en bloques y frentes. Desde nuestra Octava Conferencia, en el año 1993, se adoptó la decisión de que un miembro del Secretariado Nacional se apersonara de la coordinación del trabajo en un bloque, viajando hasta allá y encargándose de sus principales asuntos. En lo personal, tuve que instalarme en el llamado Bloque del Magdalena Medio, que cubría desde el cuarto frente, en el nordeste antioqueño, hasta el frente treinta y tres en el Catatumbo. Las cuestiones relacionadas con la estrategia de la organización eran producto de intercambio entre los miembros del Secretariado, mediante comunicaciones radiales y correos que iban y volvían. Las cuestiones locales de cada bloque eran decididas por sus mandos. Así funcionábamos en verdad.

La decisión de atentar contra El Nogal fue adoptada entonces en el suroriente del país, tuvo que corresponderse con los bloques oriental y sur. Recalco que no por eso dejamos de reconocer la responsabilidad del Secretariado Nacional, del que hacía parte yo como explicaba. Fueron las FARC, y todos sus mandos de dirección asumíamos la responsabilidad por lo que hiciera el movimiento.

Me refiero a este asunto sólo para reflexionar sobre una pregunta que ha carcomido mi conciencia desde entonces. Para todos nosotros es perfectamente claro hoy, que la decisión de realizar semejante barbaridad ni siquiera podría tener cabida en nuestros pensamientos. Se trata de algo tan repudiable y reprochable que sin meditarlo más de un segundo diríamos que no debía cumplirse. La pregunta que me acosa es si hubiera sido consultado entonces, a comienzos del año 2003, ¿cuál hubiera sido mi respuesta?

Era obsesivo el ambiente de fuego en todas direcciones que reinaba por esa época en nuestro país. El presidente Uribe había llegado a responder violentamente al alzamiento, con todo el poder del Estado y la ayuda declarada de grupos al margen de la ley. Arreciaban las operaciones militares y paramilitares contra las FARC, en dimensiones nunca vistas. El Estado colombiano obraba impulsado por los odios más agudos de sus dirigentes. En campos y ciudades se cumplían detenciones masivas de campesinos y líderes sociales a quienes se acusaba de colaborar con las FARC. Si bien todo aquello se desarrollaba a escala nacional, era en las sabanas y selvas del Yarí, en el Caquetá y sur del Meta, donde sus proporciones se tornaban dantescas. De tan deplorable ambiente surgió sin duda la nefasta idea de responder con el atentado.

El sólo pensar en qué hubiera yo opinado, me produce enorme turbación. Porque retrotrae mi mente a aquellos días tormentosos, pero a su vez me recuerda los principios que guiaban nuestro accionar, que juzgábamos revolucionario. Es ostensible que entre el propósito dañino de atentar contra el Nogal y nuestros criterios ideológicos y morales existía un abismo. No teníamos ningún derecho, ninguna razón constatable para proceder como lo hicimos. Deduzco que el hallarse en medio de aquel infierno en el sur del país, fue lo que indujo a emitir una orden así. Nada más puede explicarlo. En la guerra, tristemente, se termina obrando más por cuenta de las acciones del enemigo que por las propias razones. Por eso nada más perverso que una guerra a muerte.

Por eso ningún bien puede ser más preciado que la paz, que la convivencia tolerante entre las más opuestas ideologías, doctrinas, políticas u opiniones. Nadie, absolutamente nadie se encuentra autorizado para emplear la violencia, la amenaza o la muerte contra quien piensa distinto. Es por eso que, cuando un Estado opta por hacerlo, lo único que logra desatar son los demonios. Hoy día soy y estoy seguro de que los firmantes de paz en su conjunto, estamos por completo convencidos de ello. La fuerza sólo termina por desanudar otras fuerzas que pueden tornarse incontenibles.

Nuestro país está urgido de una nueva cultura, una cultura que clama con su voz ahogada desde tiempos remotos, pero que desafortunadamente no ha logrado madurar como debiera. La cultura del perdón y la reconciliación, la cultura que deponga los odios y los troque por amor.

Les ruego disculpar mis disgresiones, que son en realidad interrogantes que nacen tras lo irremediablemente vivido. Jesucristo o Gandhi, siempre modestos, pacientes y sabios, fueron mucho más revolucionarios que nosotros, que creíamos poseer la verdad revelada en torno a la realidad nacional y mundial. Nosotros, en las FARC, tuvimos un plan estratégico, una línea de actuación encaminada hacia la toma del poder, producto de la combinación de un estallido popular incontenible y una ofensiva guerrillera a escala nacional. Con ese credo nos formamos y educamos a los nuevos, que a su vez con el tiempo se lo repetían a otros ingresos.

Hoy no sólo tenemos que desaprender tal planteamiento, sino asumir nuevas y variadas realidades, aprender de las luchas de nuestras gentes. No éramos nosotros los únicos protagonistas o redactores de la historia, oleadas humanas pensaban y obraban en otra dirección, en nuestro propio país, y no éramos capaces de percibirlo. Es cierto que nosotros no caminábamos solos, eran muchos los pueblos que buscaban un destino similar. Lo que no fuimos capaces de entender, fue que tomaban válidamente vías distintas. La evidencia se hizo abrumadora en las últimas décadas. En nuestro continente, ningún proceso transformador en los cuarenta años, se ha cumplido por vía de insurgencias violentas.

Seguramente que lo intuimos cuando optamos por plantear y proponer una solución política al conflicto armado, el país sabe las veces que intentamos negociar la paz con diferentes gobiernos, y no cabe duda de que tardamos demasiado en su efectiva concreción. También hay que decirlo, nuestro adversario tampoco estuvo muy dispuesto a ello. Tuvieron que confluir demasiados hechos sangrientos para que por fin lográramos firmar la paz y deponer las armas. Tenemos hoy la gran tarea de deponer definitivamente los odios, arrinconar y aislar a quienes persisten en emplear la violencia como instrumento político. Sólo así lograremos que se repitan horrores como el que con enorme tristeza conmemoramos hoy.

Por eso me corresponde poner fin a estas palabras, con el mismo pedido con que las comencé. A todas las víctimas del atentado de hace veinte años en el Club El Nogal, les pedimos de la manera más humilde su perdón. De alguna manera todos somos producto de las circunstancias y contextos en que nos tocó movernos, pero estábamos obligados a pensar y obrar con miras muchísimo más altas y humanas, que las que nos enceguecieron en ese momento. No dejo de repetírmelo. Nos equivocamos, y tal equivocación produjo daños incalculables.

Un homenaje a las víctimas de El Nogal será empeñar nuestras vidas en la construcción de la Paz Total, hoy, política del gobierno del presidente Petro. Poner nuestra experiencia al servicio de la No repetición, de la política de reparación y dignificación de quienes han sufrido los estragos de la guerra.

Paz en su tumba a quienes perdieron su vida por nuestra causa, y paz en sus corazones a quienes los sobrevivieron y tuvieron que sufrir por ello. Muchas gracias.



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