11 Dic Carta de Rodrigo Londoño al «Paisa»
«Los tiempos cambian, y con ellos el papel que deben jugar las organizaciones y los líderes. Retroceder, intentar revivir el pasado, persistir en caminos que el grueso del colectivo decidió dejar atrás, no puede ser pese al valor que se le quiera añadir, la decisión más acertada».
Recordado Oscar:
Reciba usted el más cordial de los saludos desde Bogotá, en donde me encuentro reunido con otros camaradas en la labor de preparación del Pleno del Consejo Nacional de los Comunes, que tendrá lugar el próximo fin de semana. Sabe usted que la reunión de la dirección nacional de nuestro partido se ocupa en adoptar las decisiones más importantes para nuestro trabajo, motivo por el cual me permito reiterarle la invitación a participar en ella.
Soy consciente de las dificultades y temores que originaron en usted las prevenciones para participar en los eventos partidarios nacionales. Las cosas realmente no se presentan del modo como lo habíamos pensado durante los diálogos de La Habana, y mucho menos del modo como quedaron consignadas en el Acuerdo Final.
Sin embargo vuelvo y pienso en nuestra vida guerrillera de tantos años, y no puedo menos que reconocer que esa situación caracterizó constantemente nuestro trasegar en la guerra. El Plan Estratégico aprobado en nuestra séptima conferencia, en 1982, no se cumplió tal y como lo concibieron los camaradas Manuel y Jacobo. Siempre estábamos reajustándolo porque una y otra situación se atravesaba en el camino. Pese a ello no dejó de ser nuestra guía.
Aprendimos a pensar con los años que no se trataba del diseño exacto de la forma en que presentaría la revolución colombiana, sino de una especie de norte que señalaba nuestro rumbo, así como las etapas que era necesario cumplir para avanzar hacia ella. Recuerdo que apenas formulado tras la séptima conferencia, los plenos subsiguientes le señalaron un plazo fijo de ocho años. Entonces se presentaron los diálogos de paz con el gobierno de Belisario Betancur.
Y necesariamente tuvimos que actuar de otra manera. Los Acuerdos de La Uribe marcaron la ruta de la salida política a la confrontación, se firmaron un cese al fuego y luego la tregua. Como solía decir el camarada Manuel durante los desarrollos de la guerra sucia que impidió la materialización de ese Acuerdo, la oligarquía colombiana era ciega. Quién sabe cuál habría sido nuestro destino si en vez de aniquilar la Unión Patriótica hubiera permanecido fiel a la palabra pactada en La Uribe.
La actitud extrañamente permisiva del gobierno de Virgilio Barco nos obligó a considerar la posibilidad de reanudar la confrontación, siendo necesario que el Pleno del Estado Mayor de 1989 volviera a reformular nuestro Plan Estratégico, que entonces se llamó Campaña Bolivariana por la Nueva Colombia. Allí se avizoró que hacia el año 97 estaríamos cumpliendo con nuestro objetivo de la toma del poder.
Ese año, en el Pleno de noviembre, el Estado Mayor Central consideró la posibilidad de entablar conversaciones de paz con el próximo gobierno, lo que terminó desencadenando el proceso de paz del Caguán. Usted y yo conocemos de sobra lo que sucedió en San Vicente y los 5 municipios despejados de tropas oficiales. La ruptura de las conversaciones en 2002 y la cruenta confrontación que se desarrolló durante más de una década.
No creo que haya habido un solo combatiente de las FARC al que no le ardiera la sangre con la embestida paramilitar que se tomó el país. De acuerdo con cifras oficiales fueron más de cien mil los colombianos y colombianas asesinados en forma salvaje, con complicidad en las fuerzas militares. El horror de las masacres, se unía a ciertas declaraciones a su favor por parte de altos mandos, una parte de la clase política y hasta de grandes cadenas informativas.
Tengo la convicción íntima de que semejantes atrocidades jamás fueron imaginadas por los camaradas que diseñaron nuestro Plan Estratégico, pese a que Manuel y Jacobo habían vivido en carne propia la terrible época de la violencia desatada desde el crimen de Jorge Eliécer Gaitán. El destierro y la desposesión de millones de campesinos cuyas tierras pasaron a convertirse en proyectos de capital, esperan su aclaración en la Comisión de la Verdad y la JEP.
Y todo eso se presentó estando nosotros alzados en armas. Nuestra respuesta armada no consiguió impedirlo. Del mismo modo que no fue posible que se cumplieran las previsiones de nuestro Plan. Avanzamos, quemamos etapas, determinamos muchas cosas en Colombia. Pero también se fortaleció la necesidad de encontrar una solución dialogada y civilizada al conflicto. Y fue esta vieja aspiración de las FARC la que terminó por abrirse paso por encima de poderosas oposiciones.
Los Acuerdos de La Habana tienen que ser vistos como el resultado final de todos esos años de lucha. No clausuran nuestro sueño de tomarnos el poder junto con las mayorías del pueblo colombiano. Simplemente nos marcan una ruta distinta a la de la guerra. Aquí estamos, convertidos en un partido político, lo cual no nos hace menos revolucionarios. Por el contrario, imprime nuevos retos a nuestra inteligencia, la necesidad de concitar un apoyo mayoritario para la paz.
Miravalles, el Espacio Territorial Oscar Mondragón, nuestra muchachada, fueron privados con su ausencia de su condición de líder. Ahora la Jurisdicción Especial para la Paz inicia un incidente en su contra a fin de determinar si de su parte ha habido un incumplimiento al régimen de condicionalidad. Para nadie es un secreto en lo que puede terminar ese procedimiento, si usted no se presenta a dar prueba real de su interés por continuar dentro del proceso de paz.
Que hay muchos riesgos, es cierto. Que siempre existirá la posibilidad de perecer bajo manos criminales, lo sabemos todos los que estamos aquí. Que pueden insistir en montajes a fin de conseguir nuestro encarcelamiento o extradición, nadie lo desconoce. Pero en la montaña también existía el riesgo de perecer. Hay nombres cuyo solo recuerdo nos despierta un inmenso dolor, Raúl, Alfonso, Jorge, Iván, Simón. La tragedia ronda siempre la actividad revolucionaria.
El temor nunca podrá ser la guía de conducta de un revolucionario. Nuestra unidad y cohesión, la firmeza en nuestras convicciones, la confianza en lo logrado y conquistado, el empeño en seguir adelante por encima de cualquier adversidad, la seguridad de ganar cada día más espacios y amigos, han sido nuestras fortalezas en todos los tiempos, los buenos y los malos. Continuar siempre fue nuestro orgullo, por donde va la dirección vamos todos, así fue siempre.
Guardo muy bellos recuerdos de la región de El Pato. Tras mi ingreso a las FARC, fui designado a trabajar allá, bajo el mando de hombres legendarios como Joselo Lozada y Martín Villa. Las inmensas montañas, los ríos caudalosos que bajan de Los Picachos, el espíritu trabajador y rebelde de sus pobladores, el valor de los combatientes forjados en su abrupto paisaje. El destino quiso que usted fuera el último de los grandes en destacarse allá.
Los tiempos cambian, Oscar, y con ellos el papel que deben jugar las organizaciones y los líderes. Retroceder, intentar revivir el pasado, persistir en caminos que el grueso del colectivo decidió dejar atrás, no puede ser pese al valor que se le quiera añadir, la decisión más acertada. Nuestro lugar en la lucha está aquí, las estrellas que soñamos alcanzar con el fuego de nuestras armas aún pueden caer, pero con la fuerza arrolladora de las masas. De eso se trata, estamos esperándolo.
Camarada, hermano, si usted lo considera pertinente, yo mismo me ofrezco para viajar al lugar donde usted se encuentre, con el propósito de acompañarlo en su viaje a Bogotá, para que se sienta más tranquilo en su presentación en la JEP. Sobra decirle que el equipo jurídico del partido le brindará todo el apoyo necesario. Y que el conjunto del partido está dispuesto a rodearlo. Todo nuestro esfuerzo se aplicará por su seguridad completa en Miravalles.
Con el mismo afecto de los viejos tiempos, me despido de usted a la espera de un estrechón de manos y un abrazo.
Timo.
Bogotá, 11 de diciembre de 2018.