Rubín Morro, octubre 24 de 2020
Arribaremos a la capital desde los puntos más remotos de nuestra geografía nacional, desde el litoral Pacífico, la Costa Caribe, los farallones del suroccidente, desde los infinitos valles del oriente, desde las tres cordilleras que hoy gritan: ‘viva la vida, viva la paz’.
Las extintas FARC-EP y hoy nosotros, los firmantes de la paz, no pactamos el Acuerdo de Paz con el Estado colombiano para morir asesinados, para que nos ahoguen en sangre nuestros sueños y esperanzas, no. Lo hicimos porque siempre luchamos por una salida al conflicto social y armado en que nos involucró un poder político, mezquino, represivo y arrogante.
Firmamos la construcción de la paz estable y duradera porque amamos la vida, amamos la reconciliación y la convivencia. Nos alzamos en armas para defender nuestras vidas, pues el establecimiento no nos dejó otro camino más allá que la resistencia. Tuvo que pasar medio siglo de muerte para que la oligarquía al fin entendiera que no podíamos seguir matándonos entre hermanos.
Hemos cumplido integralmente con el Acuerdo de Paz en medio de las adversidades e incumplimientos del gobierno, superando obstáculos, emprendiendo proyectos económicos, en su mayoría con nuestro esfuerzo personal, con un gobierno que ha hecho cuanto ha podido para hundir esta posibilidad de paz. Aún así, hemos construido pilares importantes en cuanto a que no hay marcha atrás en la defensa de la vida y la paz.
234 asesinados por el solo delito de edificar anhelos, por soñar con una patria amable. Nos cansamos de enterrar firmantes de la paz, de llorar los nuestros, familiares y los amigos, con quienes creímos en este proceso, con quienes teníamos incertidumbres, pero que a la final abrazamos esta opción de vida. Por estas memorias y por estos ejemplos de hombres y mujeres que hoy marchan por la vida y por la paz, por las huérfanas y huérfanos, por las viudas y el futuro de Colombia es esta marcha de perigrinación por las carreteras y el asfalto hirviente de los poderosos corredores viales.
Vamos para Bogotá y nadie nos detendrá. Hemos tenido el apoyo sostenido de muchas organizaciones sociales a nuestro paso. Vamos sumando corazones por la existencia humana. La solidaridad ha brotado como un inmenso jardín que alimenta nuestra conciencia y fortalece el espíritu de lucha de todas las comunidades. El color blanco de nuestras banderas de paz se funde con las nubes y el mismísimo cielo. El clamor por derrotar el asesinato político es de todos los sectores, porque no solo los firmantes de la paz somos el blanco de los matones que se esconden en las tinieblas de la guerra, sino que hay cientos de líderes y lideresas asesinadas, defensores de la vida. Colombia sangra todos los días ante la mirada estúpida y cómplice del desgobierno de Duque, que no ha quedido implementar las Garantías de Seguridad Integrales acordadas en La Habana.
Despegó de Mesetas en el Meta esta peregrinación por la vida y por la paz, después de la despedida física de Albeiro, un amante de la paz. El resto de regiones se organizan para emprender la conquista de Bogotá con nuestras banderas blancas y la fuerza de la palabra, en defensa de la vida y el Acuerdo de Paz. Paisas, chocoanos, cordobeces, caribeños, santandereanos, llaneros, caleños, vallunos, tolimenses, huilenses, boyacences, caqueteños, de todas las latitudes patrias arribaremos a la sabana de Bogotá, henchidos de moral, con ganas de vivir, con un enorme deseo que desaparezca los sonidos de la muerte, que brille la felicidad y que nos sorprenda la muerte solo cuando estemos viejos.
Lo sabíamos desde el inicio, la construcción de la paz no será fácil porque quienes han gobernado han sembrado unos lastres que solo derrotaremos con la organización del pueblo y su movilización en lucha por una patria democrática, soberana y en paz. Ya casi se activan todas las rutas y sus marchas peregrinas por la paz. Treparán a los Andes con sus chivas multicolores, con sus cantos y tambores, con arengas de vida y paz, con sus ilusiones de amor y convivencia, con las fotos de nuestros mártires en el pecho y en nuestro corazón.
En Bogotá nos pillamos.