Rubín Morro, septiembre 10 de 2020
La lucha por la paz es un compromiso social, un compromiso de dignidad, de entrega a los ideales revolucionarios, un compromiso con uno mismo y sobre todo entender muy bien que nada será fácil y que siempre habrán espinas en el camino.
El Acuerdo de Paz pactado en La Habana reconoció la paz como el más grande de todos los derechos. Es una lucha universal por la vida y por lo justo, por el respeto por la condición humana, no importa lo recóndito y más alejado del planeta, siempre allí hay una llama que flamea, exigiendo libertad, dignidad y paz. Colombia no es la excepción, desde los tiempos de la invasión y el saqueo español hace 528 años y cuando atracaron los convictos del pirata ibérico en las playas del sur, allí hubo un indígena combatiendo contra los dictámenes del rey con la bendición de la “Santa Iglesia Católica”. Lucha que se prolonga hasta hoy contra otros imperios del terror y el saqueo de nuestras riquezas naturales y violando nuestra soberanía nacional.
La lucha por la dignidad y la paz no ha cesado, no cesará nunca. Quienes por cientos de años se han perpetrado en el poder mediante el terror y el asesinato político, han buscado escarmentar con el horror la osadía de luchar por la vida: Descuartizaron a Tupac Amarú, en 1572,“Ha vuelto con los siglos” y cientos de líderes indios, despedazaron a José Antonio Galán el 1 de febrero de 1782 y su cuerpo esparcido por todos lados para dar una prueba de ‘orden social’. Fusilamientos a granel en defensa de la corona, Policarpa Salavarrieta fusilada el 14 de noviembre de 1817, por apoyar a las tropas de Bolívar. El asesinato político de Antonio José de Sucre el 4 de junio de 1830, ‘El Abel de América’ como le llamara el padre y libertador. Y sigue la matanza hasta llegar a Rafael Uribe Uribe, 15 de octubre de 1914, descuartizado a hachazos por su condición socialista y buen liberal amigo de los campesinos. La oligarquía colombiana tiene el mayor récord, haber asesinado a 6 candidatos presidenciales, cinco en solo 42 años. Esto explica el pesado lastre histórico que nos despedaza. Una concepción criminal del Estado y el asesinato de su opositor político.
La lucha por la paz, no limita esfuerzos, no escatima sacrificios por dolorosos que éstos sean. La construcción de la paz no es fácil, está llena de obstáculos y en Colombia estas realidades son especialmente violentas, es una disputa política entre la vida digna, la reconciliación y la convivencia contra los señores de la guerra, entre la vida y la muerte, y hasta contra el mismo Estado que quiere “hacer trizas” el proceso de paz; desconociendo su importancia; el inmenso significado que el Acuerdo de Paz tiene para enrutarnos en la construcción de una sociedad moderna, democrática y respetuosa de los Derechos Humanos. La lucha por la paz es la lucha por el agua, por el oxígeno, por las libertades, por el derecho a nacer, a educarse y vivir dignamente.
Son miles los que han caído en la búsqueda de la paz. Millones de jóvenes en el mundo que han creído en sus sueños, anhelos y esperanzas. ¿Cuántos guerrilleros y guerrilleras cayeron antes de llegar al Acuerdo de Paz…? Miles de almas, mutilados, desaparecidos, con secuelas físicas y psicológicas que nunca sanarán. ¿Cuántos mártires del pueblo, hoy fertilizan la tierra? Y seguimos cayendo, luego de la firma del Acuerdo Final de Paz. 225 asesinatos, cientos de familias laceradas, decenas de viudas y huérfanos. Además cientos de líderes y lideresas sociales exterminados. Es el precio a la osadía por pensar distinto. Por creer que una Colombia en paz sí es posible.
“Nadie está hoy amilanado en las FARC”, sentenció Alfonso Cano en el fragor de la guerra. Y no era para menos, cuando el exterminio contra nosotros por parte del Estado alcanzó los más altos niveles de brutalidad y el uso desproporcionado de la fuerza. Nadie en Colombia ha recibido más justicia del establecimiento, artillería, guerra bacteriológica, paramilitarismo, desplazamiento forzado, leyes desconociendo nuestro carácter revolucionario, asesinatos contra nuestros familiares, bombardeos, odios, estigma, por el solo hecho de luchar por la paz, en condiciones que el mismo Estado nos impuso. Y ahora equivocadamente pretende responsabilizarnos de todos los males del país, cuando es la misma oligarquía la determinadora de la vorágine de la guerra.
La lucha por la paz prende en las calles, en las estructuras del poder, porque a diario atentan contra la población, judicializan la protesta popular, asesinan a los ciudadanos con sus métodos draconianos. La paz la conquistan los pueblos, no se decreta, son las naciones las que construimos el futuro. La lucha por la paz no se detendrá, construirla también demanda costosos sacrificios.