Los barrios de la parte alta de la Comuna nororiental se hicieron a punta de trabajo colectivo: convite le llaman en el argot campesino. La mayoría de familias asentadas en esta ladera llegaron desplazadas del Urabá, Nordeste, Bajo Cauca, oriente de Antioquia y otras cuantas subregiones golpeadas por la guerra. Fue la riqueza de la montaña, su agua, su madera y su gente la que permitió armar las primeras “invasiones” que la policía tumbaba y la gente volvía a parar.
En la nororiental aportaron mucho los curas de la teología de la liberación: Golconda, Federico Carrasquilla, el CELAM 68 (segunda Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano). Este último sesionó en 1969 en Santo Domingo Savio, Comuna 1, llevando a la práctica la causa de la “opción preferencial por los pobres”. Allí arroparon a la comunidad que temía ser desalojada, de hecho resistieron junto a ella un desalojo violento por parte de la policía. También merece recordación el padre Federico Carrasquilla que en la Comuna 1 ayudó a punta de convites a levantar los barrios Popular 1 y 2.
Lo anterior para señalar que el convite está en la memoria de estos barrios: caminos de servidumbre, carreteras, casetas comunales, canchas, planchas, huertas, acueductos no convencionales y hasta iglesias se levantaron mancomunadamente, con el sudor de mujeres y hombres convencidos de la efectividad del trabajo colectivo. Desde el partido Comunes y firmantes de paz, se está haciendo este mismo ejercicio para construir una caseta comunal. Ya se habían gestionado 10 violines para enseñarle a los niños del barrio y un aporte en vestuario para un grupo de baile con jóvenes de la zona. En esa caseta tendrán un espacio para sus ensayos.
Manos a la tierra, manos a la paz.
El colectivo de firmantes de paz lleva dos domingos yendo a trabajar en un terreno que la comunidad dispuso para este fin. Llegan con las herramientas, el material y la mano de obra. Marcos Urbano, consejero político del partido Comunes en Medellín, expresa que “es mejor hacer este tipo de obras que estar echando carreta política, es mejor servirle a la gente de esta manera y sin el interés de los réditos políticos porque son hechos de paz, hechos humanos, de solidaridad con el pueblo”.
En el primer domingo se limpió el terreno y se abrieron los huecos para levantar las columnas. En el segundo se levantaron las primeras columnas y quedó la estructura para levantar la caseta comunal. Niñas y niños se acercan, ven cómo extraños llegan a hacer este trabajo, comparten un sancocho, se ríen, trabajan con alegría. Dicen los teóricos de la paz inspirados en Galtung y Paul Lederach que se necesita una infraestructura social para la paz. Demuestra Comunes con esta obra que su lucha no es solamente por transitar a la legalidad y sostener un partido y un proceso de reincorporación sino, también y sobre todo, por hacer la paz cotidiana, por darle a la comunidad espacios de encuentro, por construir ese sujeto colectivo revolucionario son las armas y junto al pueblo. Y, como diría Paulo Freire, por devolverle al pobre la dignidad de ser pobre. Esto se entiende como la topofilia (el amor al territorio) aún desde el desarraigo, como la lucha por vivir bien en estas laderas, cuidarlas, respetarlas y defenderlas como pedacitos de campo, de ruralidad, en la ciudad.
En estos barrios habita la mano de obra que madruga todos los días y baja en metrocable a levantar edificios en el sur, donde viven los ricos, y con su pecunio y recursividad levantan sus casas en las laderas en una especie de arquitectura de lo imposible. Cuando ven que otros, otras, suben a su barrio no a predicar ni a ofrecer felicidad ni a dar subsidios con firmas de planillas y chalecos fastidiosos, cuando ven eso, digo, se ponen los guantes y manos a la obra.
Volver al barrio a hacer obras es un hecho de paz que se resalta por su belleza, su sencillez, casi lo sutil, de construir espacios de encuentro en zonas llamadas de invasión, donde se lucha por un pedazo de suelo, por la formalización de la pequeña propiedad, por sacarle a la tierra alimento. Y esto se hace en silencio como enseña esa estética de la solidaridad predicada por el mismo Jesucristo. La paz, entonces, se teje desde abajo, junto al pueblo y con hechos.
Al final se comparte el alimento, también hecho con amor, con manos de mujeres de la comuna que les encanta cocinar en manada, para la manada, y en abundancia.